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Mi empresa cumple 100 años (o más) en la Argentina
80 compañías centenarias, están en actividad en la Argentina.
El 10 de noviembre de 1914, en un pequeño local ubicado en Rivadavia 321, frente a la Plaza de Mayo, comenzaba a operar en el país el Citibank. Días antes y a pocas cuadras, en Balcarce 278, Shell inauguraba sus operaciones a nivel local, siguiendo una ruta trazada previamente por varias multinacionales y empresas nacionales muy famosas, como Ford, Bayer y la francesa Michelin, Nobleza y Piccardo (fusionadas mucho después), Quilmes, Felfort, Frávega, BGH, Molinos, Alpargatas y el Banco Galicia, entre otras.
Ya todas pertenecen al exclusivo club de las empresas centenarias: se estima que son 80 las compañías con 100 años de trayectoria o más, entre las que sobresale Bagley (hoy en manos de un joint venture entre Arcor y la francesa Danone), que este año cumplió un siglo y medio de vida. Tal acontecimiento remite a la Argentina de los inicios del siglo XX, considerada el “granero del mundo” y el sexto país del mundo medido por el ingreso de sus habitantes, en los primeros pincelados de un proyecto industrial.
La historia del Citibank representa en gran medida a la Argentina que empezaba a surgir, con el modelo europeo de desarrollo y progreso indefinido, pujante y prometedor, cuyas luces atrajeron las miradas de todo el mundo. La del Citi es la primera sucursal inaugurada por un banco norteamericano en el extranjero. Un caso parecido al de Ford, que inició sus operaciones en la Argentina en 1913 y su proceso de expansión internacional con Inglaterra como único antecedente. “Les ruego presten mucha atención a lo que está pasando aquí en cuanto al desarrollo manufacturero. Ya sabemos lo rápido que se mueven las cosas en este país”, le advirtió el presidente de la Cámara de Comercio Británico en la Argentina a su gobierno, en 1910.
Para los historiadores, el período 1880-1914 corresponde a un modelo industrial “agroexportador”. Un proyecto alimentado por miles de inmigrantes que trajeron más ambiciones e ideas que riqueza. Procedente de Italia, España, Alemania, Rusia y Polonia, entre otros países europeos, “de 1871 a 1915 arribaron al país 5,9 millones de personas”, señala el economista Alfredo Irigoin en su ensayo “La evolución industrial en la Argentina (1870-1940)”. Y añade que de este modo, la población total pasó de 1,8 a 8,3 millones, más de cuatro veces.
Fueron los que abastecieron al mercado laboral y los que impregnaron de ideas emprendedoras a un proceso que en 1914, previo a la Primera Guerra Mundial, entraba en declive. La historia del Citibank es ilustrativa de aquel momento. En septiembre de 1915, el banco abre su primera sucursal en el cruce de las calles San Martín y Tres Sargentos, en el barrio de Retiro. Se la promocionaba como la filial de los 21 idiomas, porque su staff, liderado por el argentino Sergio Pasculli, dominaba casi todas las lenguas: alemán, polaco, inglés, esloveno, griego, ucraniano, francés, búlgaro, turco y hasta yiddish. En 1929 el Citi traslada su casa matriz donde funciona ahora, en la esquina de Bartolomé Mitre y San Martín (ver foto).
La petrolera angloholandesa Shell (en rigor la Royal Dutch Shell) profundizó las relaciones con la Argentina un siglo atrás, al establecer su primer representante comercial a una cuadra y media de la Casa Rosada, para importar y distribuir combustibles principalmente para uso industrial. Cincuenta años antes, en 1864, Melville Sewell Bagley, un inmigrante norteamericano, lanza Hesperidina, un aperitivo de naranja publicitado como la solución de diversos problemas digestivos. Bagley diversificó su cartera, se convirtió en el mayor fabricante de galletitas y creador de marcas tan reconocidas como Opera (en homenaje al relanzamiento del Teatro Colón), Criollitas y Traviata. “Fue el que inauguró la producción industrial de galletitas en el país, porque antes se importaban de Inglaterra”, explica Eduardo Inhargue, un alto ejecutivo de la firma.
Bagley pasó a manos de la dupla Arcor–Danone. Ocurre muy habitualmente, según coinciden los expertos, que los sucesores del fundador se desprenden de esos activos por diversos motivos. Hay excepciones, pero son muy pocas. Sin embargo, la longevidad es muy llamativa. Las estadísticas muestran que un muy pequeño porcentaje de los emprendimientos logra superar los tres años de supervivencia. “¿Cuál es el perfil de las empresas muy antiguas? Tienen capacidad para adaptarse, son flexibles a los cambios y dependen de la visión de sus dueños”, explica María Barbero, docente de la UBA y la Universidad San Andrés.
En esa época de esplendor económico llegaron otras multinacionales: Ford, por caso, instala en 1913 una oficina comercial para después armar en 1921 una planta en La Boca, a orillas del Riachuelo. Ese mismo año llegó la francesa Michelin, precedida por Bayer (1911). Y fueron principalmente inmigrantes los fundadores de empresas emblemáticas que continúan en actividad, aunque la mayoría de ellas se trasnacionalizaron. Quilmes (creación de Otto Bemberg, de nacionalidad alemana, en 1890, vendida primero a Brahma y posteriormente al grupo InBev), Piccardo (1898), Massalin (1900), Bieckert (fundada por el francés Emilio Bieckert en 1860, comprada posteriormente por el grupo chileno CCU).
En 1884 debuta Bunge y Born, fundado por inmigrantes alemanes y Alpargatas, que es un caso realmente curioso: la empresa primero se expandió a Brasil y posteriormente fue adquirida por el grupo brasileño Camargo Correa.
En 1912 surge Felfort. El fabricante de chocolates es de las pocas empresas creadas por un inmigrante catalán (Felipe Felfort) y que sigue conducida por descendientes suyos. “Felipe aprendió a moler cacao en una piedra, pero fue su hijo Carlos el que transformó la empresa en una industria”, dijo a iEco Héctor Pandolfi, ejecutivo de la firma con 46 años de trayectoria. La lista es escueta por razones de espacio, porque faltan mencionar varias de extenso recorrido pero que continúan bajo la órbita de las familias del fundador: la inmobiliaria Bullrich (1867), Magnasco (1855), Rigolleau (1882), Giesso (1884), Grimoldi (1895), Lheritier (1896) y Ledesma (1908) son sólo algunos de los casos.
Una postal de la Argentina de hace 100 años. La industria argentina empleaba al 39% de la población ocupada en 1914 y la producción nacional abastecía el 71,3% del consumo de bienes industriales. Ese hervor industrialista quedó en el código genético argentino. La inmigración también quedó impresa. “Había muchas oportunidades para los extranjeros, pero la mitad regresó a sus países de origen, sea porque fracasaron o porque tuvieron éxito”, dice Barbero.
Autor: Damián Kanton
Fuente: http://www.ieco.clarin.com/