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Cómo gestionar las emociones en la familia empresaria
“Cualquiera puede enojarse… eso es fácil. Pero enojarse con la persona adecuada, con la intensidad correcta, en el momento oportuno, por el motivo justo y del modo correcto… eso no es tan fácil”. La frase fue dicha por Aristóteles hace más de dos milenios, y la verdad es que ha cambiado poco desde entonces.
Los enojos, las disputas, los roces, las peleas, como usted quiera llamarle, forman parte inseparable de nuestra vida emocional, y los motivos muchas veces suelen estar relacionados con los afectos o con el dinero, y también muchas veces con ambos. Por este motivo las familias empresarias, necesitan gestionar y canalizar estas emociones y mantener abiertos los canales de comunicación entre los familiares.
En una familia empresaria el binomio de los afectos y el dinero tiene mucho más énfasis que en otro tipo de organización y con un mayor riesgo de conflicto. Aunque los familiares confíen en que se conocen entre ellos, muchas veces no es tan profundamente así, y a pesar de la buena intención, las palabras pueden ser malinterpretadas y causar la irá y el rencor; una energía desaprovechada que bien canalizada tendría un gran poder de cohesión familiar.
Los seres humanos en determinadas situaciones reaccionamos parcialmente a lo que recordamos de una situación pasada, o a lo que imaginamos de una solución futura. En lugar de reaccionar “aquí y ahora” guardamos las experiencias en nuestra mente que, según la situación, crea una imagen tergiversada de la realidad. Pero una reacción precipitada posiblemente desencadenará una serie de reacciones que en un colectivo tan complejo como es la empresa familiar puede tener consecuencia imprevistas. Para prevenir que los malentendidos, basados en las suposiciones y prejuicios, lleguen a un punto de crispación peligrosa, es de vital importancia que la familia disponga de herramientas para gestionar estas emociones.
MOSAICO. Imagínese una familia numerosa y extendida en distintas ramas, donde una simple convocatoria para la reunión familiar puede convertirse en un trabajo estresante. Ahora imaginemos un conflicto familiar donde todos creen tener la razón y por motivos de orgullo, rencor o cualquier otro no están dispuestos a ceder. Conseguir que las partes enfrentadas se vuelvan a hablar es un trabajo muy exigente, emocionalmente agotador y requiere una gran dosis de sentido común y empatía.
En la última década, y seguramente gracias al libro de Daniel Goleman, La Inteligencia Emocional, las emociones se han incorporado al vocabulario de los directivos de empresa. Hoy es frecuente oír que a tal persona le falta inteligencia emocional. Y cuando alguien lo afirma, a menudo quiere decir que el señalado no tiene relaciones fluidas y eficaces con sus colegas, jefes o personal a cargo; ya sea, por ejemplo, porque se irrita en exceso o porque irrita a los demás.
Y qué duda cabe que la irritación, en la mayoría de los casos, conlleva menor efectividad, ya que uno debe ocuparse de aliviarla y, mientras hace esto, no puede concentrarse en lo que tiene que hacer. Cuando un subordinado se irrita es probable que no hagan bien su tarea. Lo más frecuente es que reciba la etiqueta de “conflictivo”. Todos sabemos lo que eso significa: es una especie de condena o maldición. Esto pasa en todas las empresas y también en las familias. La diferencia es que en las empresas uno siempre tiene la opción de despedir al “conflictivo” o de que este decida irse, mientras que en la familia es más que probable que si no se hace un trabajo de reflexión familiar, el “conflictivo” nunca consiga sacarse de encima la “maldición” de la etiqueta.
ESENCIAS. En cualquier caso, es un progreso que las emociones sean consideradas un factor a tener en cuenta en las empresas familiares. Las emociones y la motivación no sólo son palabras con una raíz común del latín movere. Si algo caracteriza a los seres humanos respecto a las máquinas es que tenemos emociones y que podemos motivarnos. Somos una mezcla de racionalidad y emotividad, pero lo que nos permite ser racionales no es necesariamente la formación racionalista, sino la formación emocional. Ella es el camino para alcanzar lo que comúnmente llamamos madurez emocional. Seguramente la mayoría podríamos estar de acuerdo en que la madurez emocional es un objetivo deseable para el bienestar de las personas, para la convivencia, para la eficacia en el trabajo. En definitiva, la madurez emocional es un activo y una fortaleza de las personas. Pero dedicamos pocos esfuerzos colectivos y privados a la formación emocional. Muchas veces porque se cree que la madurez es algo que viene con la edad y que, por lo tanto, cualquier esfuerzo consciente en este sentido sería, cuanto menos, inútil. Y, sin embargo, no es así. La madurez emocional no es algo que se desarrolle con el simple paso de los años. Requiere entrenamiento, esfuerzo, disciplina y, curiosamente, motivación. Motivación para madurar, para aprender a no ser dominados por las emociones. Madurar emocionalmente es un aprendizaje.
Sin pretender ofrecer aquí la fórmula, podemos sugerir empezar con cuatro acciones concretas:
1. Dejar de interpretar nuestras emociones y someterlas a censura. Es la única manera de conocerlas.
2. Prestar atención a las señales emocionales que nuestro cuerpo emite.
3. Averiguar y pensar qué elementos o factores desencadenan las señales emocionales.
4. Buscar a alguien con quien hablar y contrastar sus observaciones, a ser posible que no sea un familiar o de la empresa.
Reconocer, saber y entender cómo se desencadenan nuestras emociones es la única forma de que estas no nos dominen en los momentos clave.
Las palabras que usamos y el modo en cómo las organizamos predeterminan nuestras percepciones, nuestros razonamientos, nuestras emociones, nuestros sentimientos y en definitiva nuestras relaciones con los demás.En fin, construyen nuestra realidad. Por esta razón escuchar con atención lo que tienen que decir los familiares suele ser mucho más beneficioso que las discusiones destructivas, que, en vez de formar un diálogo, pueden convertirse en dos o varios monólogos con un tono agudo y acusador. Cada familia es un universo en sí mismo, pero las mecánicas emocionales son muy parecidas y una frase es aplicable a todas: “Hablando se entiende la gente”. Y escuchando, mucho más.
Autor: Ceferino Sain. Licenciado, Consultor de Empresas Familiares
Fuente: http://www.eldiario.com.ar/