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Empresa Familiar: MIMO
Mimo empresa familia
Sandra Erejomovich es la hija mayor de la señora Mimo, fundadora de una marca que nació cuando estaba embarazada (de Sandra, justamente) y tuvo que trasladarse a Paraná para acompañar a su marido, ingeniero agrónomo del INTA. “Ahí mamá se puso a hacer tapices para mí porque estaba aburrida -cuenta Sandra-. Como tenía muchos y le salían lindos, le propusieron venderlos”, recuerda. A los tapices le siguieron muñecos de trapo que sus abuelas vendían en Buenos Aires, ropa para muñecas, diseños con apliques y bordados y una “empresita”, que cada vez empezó a contar más ventas y empleados.
Ahora, la firma que vendía a los mayoristas de Once produce 9 millones de prendas anuales, tiene 35 locales propios, 101 franquicias, 52 locales en el exterior, 335 multimarcas y puntos de venta exclusivos y 800 empleados.
Los dueños de Mimo:
La familia completa: mamá Mimo y papá Erejomovich, sus hermanos menores Ariela y Daniel, Sandra y su ex marido y director de imagen y producto, Gerardo Garcea. “Todos la hicimos crecer”, reconoce Sandra.
Sandra está a cargo de marketing y eventos. Mi hermano es un poco la cabeza financiera, planifica con papá, y se encarga de las franquicias y el comercio exterior. Mi hermana (mamá de dos bebés) se ocupa de Mini Mimo.
Sandra actualmente está en pareja y tiene dos hijos de su primer matrimonio: Emanuel, 26, fotógrafo (y asistente de la campaña), y Sofía, 19, estudiante de cine. Los dos viven con su padre. “No estudié nada. Quedé embarazada a los 18, cuando estaba en quinto año. Y me casé. Pensábamos ir al Sur a hacer dulces. Re-hippies. Pero ahí, por necesidad, empezamos a hacer unos bolsos de lona estampados, con la característica de la marca, los bordados y los apliques, que resultaron carísimos. Ahí Gerardo aprendió a cortar. Mamá no estaba muy convencida de que el yerno trabajara con nosotros. Pero accedió y Gerardo comenzó a ayudarla. Mamá ponía la etiqueta adentro y él la puso afuera para que se viera la marca. Así empezamos. Aprendimos jugando. Emanuel tenía un año cuando abrí el primer local.”
¿Cómo es trabajar en familia?
Podemos discutir, pero es lo nuestro. La fuerza que da trabajar para algo que es de uno nunca se puede igualar. No se puede comparar con otra empresa, donde el motor no es la familia. Y para los empleados también. La relación que se genera es muy fuerte
¿Cómo influyen los roles y los mandatos familiares? A vos te mandaron a organizar locales…
Tenía fama de ser la mandona de la familia. Podía hacerlo, pero no era lo que más me gustaba. Surgen necesidades en la empresa y vas buscando en la familia quién las puede cumplir. Cada uno dispara para un lado. Esto hace que este motor funcione. Yo soy un desastre con los números y Gerardo también. Pero si nosotros no estuviéramos para difundir la marca y crearla, esto no funcionaría. Todo ayuda. Hace años que empezamos a incorporar gerentes externos. Durante 15 años tuvimos un asesor de empresas familiares, Carlos Srebrow. Las reuniones de directorio eran reuniones de directorio y terapias de familia al mismo tiempo. Pero llegó un momento en que decidimos hacer un cambio y poner a otro asesor de empresa que viera la situación del país, si nos convenía abrir locales o no, por ejemplo. Ahí planteé dedicarme a la publicidad, el marketing, los desfiles, las revistas, la tele, los eventos. Todo esto fue antes de la separación…
¿Qué es lo malo de trabajar en familia?
Podemos decir ahora que no tiene nada negativo. Cuando éramos una empresa chica estaba muy difuso lo que hacía cada uno. Ahora, hay un respeto increíble. Está muy consolidada la empresa en ese sentido. No hay roces.
¿Y qué le aconsejarías a los que tienen una empresa familiar y atraviesan por dificultades?
No soy muy bueno para dar consejos, pero en estas situaciones hay dos cosas que van paralelas: uno, el objetivo en común, que sea compartido. Y después, el respeto entre los integrantes de la empresa. Esto es básico. Por ser familia no podés decir cualquier cosa, tenés que cuidarte más para no herir. Si hay cuidado, todo es mejor. Cada uno vibra de una manera. No podemos pretender que todos tengan la misma pasión que uno.