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Inteligencia en Familias Empresarias
El mayor enemigo de la razón es el deseo. Todo ser humano es deseante por naturaleza. De hecho, nuestra naturaleza sólo nos diferencia de los demás seres por poseer cierta capacidad de lucidez para encarar los dolores y los sufrimientos. De lo contrario, se pasa a vivir en una eterna búsqueda de un mundo de felicidad. Por otro lado, nuestra naturaleza demanda que debemos suplir nuestras necesidades. Son los deseos que nos mueven.
Difícilmente las necesidades de los fundadores de la empresa, por ejemplo, serán las mismas de sus hijos y nietos. Y las de éstos con las de sus ejecutivos y demás gestores. Lo que es naturalmente legítimo. Y más. Las necesidades de una empresa recién fundada serán completamente distintas de una empresa que se encuentre con 20, 30, 50 años o más de existencia. Es decir, un mundo de incertidumbres que no se puede tener control sobre eso. Algunos ejemplos que he experimentado recientemente:
Los padres que desean tener hijos actuando en la empresa. Socios que necesitan hacer retiradas independientemente del tamaño del beneficio o incluso si la empresa generó resultado en el período. Los ejecutivos que desean reinvertir el 100% de los beneficios para hacer que el negocio crezca y en consecuencia sus metas serán alcanzadas que por consiguiente elevará su bono al final del año. ¿Cómo equilibrar esas relaciones entre las diversas necesidades? Y se diga de paso, todas absolutamente legítimas.
Aunque las necesidades individuales necesiten ser miradas y reconocidas en los ambientes familiar-societario y empresarial, preservar los intereses del negocio posibilitará que las necesidades no sólo de corto, sino de mediano y largo plazo sean suplidas en la medida de lo posible. Un primer paso recomendable para ello es que todos los involucrados (familiares, socios y ejecutivos) puedan reconocer el tamaño real del territorio que forman parte. Pero si este territorio empieza a tornarse insuficiente para que se suplen los deseos y necesidades particulares, el problema comenzará cuando empieza a exigirse de este territorio, más que su real capacidad de entrega. Un término comúnmente usado para ello es la delapidación del patrimonio. Donde las necesidades individuales son elevadas y colocadas en un primer plano, restando a la empresa pasar obligatoriamente a tener que generar más y más recursos para abastecer los anhelos individuales. Y, por consiguiente, tener que renunciar a su finalidad como empresa.
La invitación a la reflexión que suelo hacer en estos casos es: ¿cuál es su verdadero compromiso con la continuidad del negocio? ¿Cuál es su papel y sus atribuciones a fin de generar más valor y crecimiento para el patrimonio y para la empresa? Como dijo Kant una vez: actúa de manera tal que desee por la voluntad que cualquier persona pueda usar el mismo principio que usted está usando para actuar. Es decir, que su conducta viera ley universal. Cada vez más aprendo y entiendo que la cuestión central debe ser: que todos los involucrados tengan lucidez sobre los porqués y la forma de cómo quieren vivir. Con sabiduría e inteligencia.
Autor: Rafael Homem Carvalho. Psicologo y especialista en Empresas Familiares. Consultor de Safras e Cifras