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El dialogo en la Empresa Familiar
La individualidad del ser humano es una de las características más preciosas que existen. Que cada uno pueda pensar, sentir, vivir de acuerdo con su cultura, sus preferencias y, por qué no, a sus deseos. Cuando logramos que esta individualidad se enriquezca con la individualidad de otro, nuestra mirada se enriquece y surgen aspectos, ideas y proyectos que seguramente superarán a aquellos que cada uno hubiera podido desarrollar solo (lo que se conoce como sinergia). No siempre la uniformidad de ideas o de pensamientos es buena, incluso muchas veces resulta todo lo contrario.
Sin embargo, la sinergia no siempre es fácil de alcanzar y en ocasiones la realidad de la empresa familiar puede presentar algunos obstáculos extras que la dificulten aún más: viejas rencillas familiares, modelos de autoridad muy fuertes o determinantes, ausencia del hábito de dialogar sobre los problemas, etc. Es verdad que existen familias donde estas cosas están presentes y que, por lo tanto, alcanzan la sinergia con mucho mayor facilidad que en el promedio de los casos. Pero detengámonos un minuto en aquellas situaciones donde esto es más complejo.
En estos casos distinguir entre estas cuatro palabras puede ayudar: Relación, Encuentro, Disputa y Conflicto.
Decimos que hay relación cuando existe una “conexión o correspondencia que sucede entre dos o más entes”. Pueden ser personas, instituciones, otros seres vivos, etc. En cambio, cuando hablamos de personas, hay encuentro cuando hay un “movimiento hacia personas que a su vez se dirigen a nosotros”. Podemos decir entonces que las 4 palabras (Relación, Encuentro, Disputa y Conflicto) están vinculadas. No podemos estar en relación con el otro si no lo encontramos. Pero a veces, cuando nos dirigimos al otro nos desencontramos. De la dimensión de la disputa y de
nuestras actitudes (cuando digo nuestras me refiero a las mías y a las del otro), dependerá si deriva o no en conflicto.
Somos seres relacionales. No podemos evitar esta dinámica de encuentro/desencuentro con el otro. Otro viene del latín “distinto”, que a su vez quiere decir “que mira desde otro lugar”. Por lo tanto, en su acepción originaria, otro es alguien que no es como yo.
Según los autores de la filosofía del diálogo, el otro es necesario para definir mi identidad. Uno de los iniciadores de esta filosofía, Martin Buber, sostiene que no se puede prescindir de la Relación, que es un vínculo entre al menos dos personas y que se refiere a cada una de ellas independientemente de su proveniencia, cultura o estilo de vida. Buber habla de la relación entre el YO y el TÚ. No puede existir el YO sin el TÚ y viceversa. Entre ellos se establece una relación que no pertenece ni al TÚ ni al YO. Esta relación implica una reacción por parte del otro. Buber define a esa
reacción como “reciprocidad” que está en la base de la relación. Es más, es la relación misma. La reciprocidad es, según él, un pacto con el otro que no tiene nada que ver con cuánto hay en juego, con quién actúa primero o cuándo. La reciprocidad, y por lo tanto la relación, no depende de la cultura de origen, del estilo de vida o de nuestra historia personal. La precede. Esta reciprocidad permite que la relación pueda darse.
Según los filósofos del diálogo, los encuentros o desencuentros con el otro -y por lo tanto las disputas- son fruto de una elección. Somos nosotros quienes decidiremos cómo actuar frente al otro que me interpela. Somos nosotros quienes sabremos cómo establecer una relación con el otro y ser cada vez más conscientes de que estamos construyendo –si fuera posible- un espacio de relación que depende de ambos.
Sobre los conflictos
Como venimos planteando hasta aquí la palabra conflicto asume un particular matiz, y puede hacer referencia a cualquier contraste entre dos ideas, objetivos o deseos. En las relaciones interpersonales las disputas existirán siempre, aunque no necesariamente deben terminar en conflictos. Ninguno podría afirmar que en una determinada empresa familiar no existen las disputas. En el mejor de los casos, podrá decir que en esa organización se resuelven bien y por eso no terminan en conflictos. Y la forma de resolverlos es el diálogo.
No tenemos que tener miedo a reconocer los conflictos: éstos nacen de ideas, valores, objetivos distintos y son exagerados o amplificados por actitudes a veces no muy justas y no siempre conscientes. Baja autoestima, miedos, desvalorización, son algunas de las causas que pueden generar estos conflictos en la empresa familiar.
¿Cómo resolverlos? Proponemos este Decálogo para el diálogo en la empresa familiar:
1. Tener una actitud de aceptación y acogida hacia las otras personas
2. Presuponer buena voluntad en el otro. No juzgarlo.
3. Ponerse en el lugar del otro, tratando de entender que siente y por qué.
4. Escuchar con gran interés y atención. Que el otro se sienta entendido (hacer comentarios, asentir mientras habla, etc)
5. Evitar pensar en respuestas anticipadas, mientras la otra persona aún está hablando.
6. Hacer vacío interior, tratando de controlar los propios pensamientos y prejuicios.
7. Evitar sentirnos heridos si la otra persona se dirige a nosotros con acusaciones o desvalorizaciones, más bien, de entender qué lo lleva a expresarse así.
8. Al comunicar, el propio parecer, Cuando digo mi parecer, resaltar primero lo positivo de los comentarios de los demás.
9. Evitar divagar en aspectos no esenciales.
10. Hablar serenamente, sin gritar.
Contribuir al desarrollo de esta cultura del diálogo es esencial para el fortalecimiento tanto de la empresa familiar como de la familia misma, dotándolas de bases sólidas para un desarrollo sostenido.
Autor: Pablo Loyola. Texto adaptado de una conversación de María Flora Mangano e Iñaki Gerrero). Roma,
Noviembre 2015.